Nació en Santa Fe en 1722 y falleció en Curuzú Cuatiá en 1795. Vivió la mayor parte de su vida en retiro, razón porque se lo conoce como El Ermitaño. Su vida estuvo unida al origen del santuario de la Virgen de Guadalupe. El Ermitaño transformó el oratorio de Setúbal en capilla siendo albañil, carpintero, tallista del altar de madera y pintor de una serie de medallones representando la aparición de la virgen María al indio Juan Diego en México. Además fundió campanas, campanillas y objetos de culto, por su manejo en la fundición de campanas porque eran escasos los que sabían del oficio. Una campana famosa que fundió De la Rosa en 1786, se llama La Cacharosa por tan rudimentaria que parece arrugada, conservada en el Convento de San Francisco, junto un reloj de sol de su autoría. Escribió un libro sobre santos, ermitaños y cenobitas. Como pintor, una de sus obras características está en el Museo Histórico Provincial. En 1794 fue convocado desde Curuzú Cuatiá para fundir las campanas de la iglesia. La capilla de Guadalupe fue demolida y su altar fue quemado después se edificó sobre sus cimientos la Basílica de Guadalupe. Solo un pequeño serafín tallado y pintado por Javier de la Rosa es lo que quedó del altar. Sin embargo, pese al martillo demoledor en manos de la modernidad, pese a las llamas en el altar de madera, Francisco Javier de la Rosa logró burlar el olvido y el tiempo. Hoy el Ermitaño vive en el recuerdo en una calle de la Villa de Guadalupe. (Fernando Pais. Diario El Litoral, 22 de octubre de 2004).