Nació en Buenos Aires el 3 de septiembre de 1920 y falleció en la misma ciudad el 25 de julio de 2013. Su padre, Augusto Ferrari, fue un arquitecto italiano que llegó al país a principios del Siglo XX y vinculado a la sociedad porteña de esa época, pintó retratos y cuadros épicos hasta que se ofreció para decorar la flamante Capilla del Divino Rostro, en Parque Centenario. Esa labor le valió la consideración de la Jerarquía de la Iglesia de Buenos Aires que sucesivamente le fue encargando tareas de restauración, decoración y obras sacras en distintos templos de la ciudad, de las que la más destacada fue la realizada en la iglesia de San Miguel, donde pintó 120 cuadros, varios altares y diseñó los interiores. Por eso siempre ha llamado la atención que León Ferrari tomara un camino no sólo distinto sino contrapuesto al de su padre ya que gran parte de la obra que realizó se orientó a denostar al cristianismo y a la religión en general. León se recibió de ingeniero en la Universidad de Buenos Aires y alternó su actividad en su ciudad natal con viajes a Italia y a Brasil, donde estuvo exiliado hacia fines de los años 70. Más allá de su valoración artística, la obra de Ferrari surge de un compromiso social, político e ideológico, que provocó no pocas controversias las que, finalmente, cimentaron su fama, tal como lo reconoció The New York Times al calificarlo como “uno de los artistas más provocadores e importantes del mundo”. Sus pinturas e instalaciones se han expuesto en las principales galerías y museos de Europa y de América y en la 52° Bienal de Venecia de 2007 fue premiado con el León de Oro por su obra “La civilización occidental y cristiana”. En 2012 fue reconocido con el Konex de Brillante como el artista más destacado de la década.