Pintura

Angeles Ortiz, Manuel

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Nacido en Jaén, España en 1895 y fallecido en París, Francia en 1984. Su familia se trasladó a Granada cuando tenía tres años de edad, y tanto la ciudad como su amistad con Federico García Lorca lo marcan para siempre. Exitoso en sus inicios con pinturas costumbristas, sus juveniles asimilaciones del colorismo post impresionista fueron especialmente acertadas; aunque pronto, su afán de novedades habría de llevarle a otras posiciones. Gracias a Manuel de Falla y a Vázquez Díaz, conoció tempranamente el encuentro entre cubismo y nuevo clasicismo. Su Retrato de Angel Barrios es prueba de ello. Viajó a París y en 1922 ya estaba instalado en la capital francesa. Su encuentro con Picasso favoreció el encuadre de sus posiciones y entre el cubismo y el nuevo clasicismo se situó la obra que realizara entre 1922 y 1927. En estos años, además, estrechó su relación con Emilio Pettoruti y Juan Gris, se introdujo en la agitada vida social de los condes de Beaumont, expuso en las galerías Quatre Chemins, Berger y Vavin Raspail, y realizó decorados para piezas musicales de Falla, Satie y Poulenc. Teniendo en cuenta la pauta marcada por Dalí en 1924, puede decirse que fue Ortiz quien propició el redescubrimiento del cubismo como fuente de la modernidad en el contexto de la Generación del 27. Tras ser liberado por Picasso en 1939 de un campo de concentración en el sur de Francia, parte exilado a Argentina, donde permaneció hasta 1948. Se integró en el círculo de intelectuales argentinos y exiliados españoles, actividad que compagina con el descubrimiento personal de un paisaje, de una naturaleza muy distinta a la que había dejado atrás, en Europa. Atraído por lo excepcional de esa tierra, marcha una temporada a la Patagonia; en las orillas del lago Nahuel Huapi recoge piedras y maderas fosilizadas, transformadas durante millones de años. Pintó bodegones de acento naturalista, realizó esculturas con materiales naturales encontrados e, incluso, en obra sobre papel, comenzó a indagar sobre las posibilidades de la abstracción lírica. Sin embargo, su regreso a París en 1948 le volvió a situar en la herencia figurativa del cubismo, tal como puede apreciarse en importantes series como la de la Mujer sentada, tendencia que se acentuó aún más, penetrando en las posibilidades de la abstracción, al lograr visitar España, a partir de 1958, en las series ya mencionadas. Pese a la diversidad de sus registros plásticos, el cubismo fue siempre para él una genuina matriz rectora con la que le era fácil reencontrarse y, al final de sus días, la crítica y el público supieron apreciarlo.