Nacido en Valencia, España en 1728, y encontrándose en su país natal, falleció en 1795. Se estableció en Buenos Aires en 1754, luego de residir por un año en Cádiz, comenzó a destacarse en Buenos Aires hacia 1778. Se lo consideró el mejor pintor de su época y prueba de ello es que el Cabildo lo comisionó para que hiciera un retrato de sus Majestades Católicas y otro del primer virrey Pedro de Zevallos. Obra que no se llevó a cabo porque el virrey se negó a posar dos horas diarias durante tres o cuatro días, tiempo solicitado por el artista para realizar el trabajo. Pintó en tamaño natural y de cuerpo entero al intendente Francisco de Paula Sanz y a un lacayo negro. Un óleo que se destaca por la dulzura de su colorido, figuró en una de las salas del Fuerte y actualmente se encuentra en el Museo Histórico Nacional. En la capital del virreinato, de inmediato sus tres primeros lienzos obtuvieron una verdadera consagración El San Ignacio del retablo principal del templo homónimo de Buenos Aires, la Resurrección de Cristo de 1760 en el convento de San Francisco y el de San Luis de 1761 de la capilla de San Roque. La Resurrección de Cristo que se perdiera doscientos años después, en el incendio de las iglesias de junio de 1955. Sería la mejor obra de Aucell, muy barroca en su composición en tanto grandilocuente y dibujo algo amanerado. Más simple, el cuadro de San Luis pintado en 1761 también desaparecido en el triste episodio del año 1955. El tercer de esos cuadros aún hoy se conserva en San Ignacio, que representa al Santo Fundador de la Orden Jesuítica en actitud de oración acompañado por dos ángeles y coronada la tela por la Santísima Trinidad, rodeada de querubines, también de estilo barroco. Le pertenecen algunos temas religiosos como el llamado cuadro corredizo de San Ignacio, en la iglesia del mismo nombre que representa al fundador de la Orden adorando a la Santísima Trinidad. Arte y emigración: la pintura española en Buenos Aires, 1880 1930.